viernes, 14 de marzo de 2014

The Berserker..



El capitán, el médico, el vociferante tambor mayor, todos ellos se ponen de manifiesto a sí mismos en virtud de sus propias palabras. Nadie les ha prestado su voz, ellos se dicen a sí mismos y se lanzan todos a golpear a otro, que es siempre el mismo, Wozzeck, y afirman su existencia propinándole golpes. Wozzeck está al servicio de todos ellos, es su centro. Sin Wozzeck no existirían, pero éste no lo sabe, como tampoco lo saben ellos. Se podría decir que Wozzek contagia su propia inocencia a sus torturadores. Ellos no pueden ser distintos de como son, la esencia de la autodenigración consiste en transmitir esa impresión. La fuerza de esos personajes, de todos los personajes, es su inocencia. ¿Odiaremos al capitán, odiaremos al médico porque podrían ser distintos sólo con quererlo? ¿Abrigaremos la esperanza de que se conviertan? ¿Deberá ser el drama una escuela misional a la que deben asistir tales personajes hasta que sea posible escribirlos de manera distinta? Que sean distintos es lo que el autor satírico espera de los seres humanos; los azota como si fueran escolares y los prepara hasta convertirlos en instancias morales, ante las que alguna vez ellos mismos habrán de comparecer. El autor satírico sabe incluso la manera de mejorarlos. ¿De dónde saca él esa seguridad inamovible? Si no la tuviera, ni siquiera podría comenzar a escribir. Lo primero que vemos es que el autor satírico, como Dios, no se arredra ante nada. Aunque no lo dice claramente, es el representante de Dios y se siente a gusto en ese papel. No se para a pensar ni un minuto que quizá no sea Dios. Pues dado que esa instancia, la instancia suprema, existe, de ella se deriva un poder de representación, y lo único que hay que hacer es apoderarse de ese poder.


Hay, sin embargo, una postura enteramente distinta, la que está fascinada por las criaturas y no por Dios, la que asume la defensa de aquellas contra éste, la que llega acaso tan lejos que prescinde enteramente de Dios y trata sólo de las criaturas. Esta actitud ve que las criaturas son inmodificables, aunque a ella le gustaría que fueran distintas. Ni con odio ni con castigos es posible ayudar a los seres humanos. Estos se acusan a sí mismos al presentarse tal y como son, pero esa acusación es la suya propia, no la del otro. La justicia del escritor no puede consentir en condenar a los hombres. Puede inventar a alguien que sea víctima de éstos y mostrar las marcas que, cual huellas dactilares, han dejado en él. El mundo está repleto de tales víctimas; sin embargo, parece dificilísimo forjar con una de ellas un personaje y hacerle hablar de tal modo que las marcas sean reconocibles y no se borren al convertirse en acusaciones. Wozzeck es ese personaje, lo que a él le hacen lo vivimos mientras está ocurriendo, y no es preciso añadir ninguna palabra de acusación. Las marcas de las autodenigraciones son reconocibles en él. Allí están quienes lo han golpeado, y cuando Wozzeck llega a su final, ellos siguen con vida. El fragmento no muestra cómo Wozzeck llega a su final, muestra lo que él hace, su autodenigración después de la de los demás.



e. c.


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