martes, 1 de julio de 2014

Menage a Trois..




  Por mucho que lo intenté no pude ver el rostro del chófer, algo así como un cosaco que conducía nuestro auto. Junto a mí viajaba una mujer enlutada de una distinción de diosa, de una palidez de alba. No la conocía. Pero sentía despertarse mi piel empapada de lujuria. Atravesábamos un paisaje sin cielo, sin cielo hasta perderse de vista. La tierra se hallaba cubierta de lores negras que exhalaban un penetrante aroma a alcoba de mujer. 

 Mi desconocida mandó detener al chófer junto a un gran lago repleto, un lagrimal repleto de angustia. “Este es –me dijo- el lagrimal repleto lago de angustia”. No le hice caso, ocupado como me hallaba ahora en besarle el pecho entre los senos que ella ocultaba con las manos, llorando sin consuelo, sin fuerzas casi para defenderse de mi lascivia. 

 Hasta nosotros llegó el chófer con la gorra en la mano no sé a qué. Creí reconocer su rostro y ya no me cupo duda sobre su personalidad cuando con una sonrisa exclamó: “Lago, amigo mío”. Loco de contento repuse: “Eres tú, mío lago amigo viejo lagrimal”. Con que alborozo nos acogimos, abrazándonos con una alegría de resurrección de los muertos. 

 Junto a nosotros acababa de detenerse un entierro. Amortajada en el ataúd yacía la dama desconocida de momentos antes. ¡Pálida lor de carne sin saber cantar! Aún resbalaba por su mejilla la última lágrima detenida milagrosamente en el pómulo como un pájaro en la rama. 

 Mi amigo se precipitó a ella y la besó frenéticamente en los labios, en los labios que de lívidos fueron insensiblemente transformándose en verdes, luego en rojos, luego en fuego, luego en inierno. 

 Comencé a sentir un odio mortal por el chófer que ya no era mi amigo. Comencé a sentir una repugnancia sin límites por aquel gusto de limón en llamas que debían dejar en sus labios los labios insepultos de la desconocida.


 l. b.


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