domingo, 15 de junio de 2014

Caza de Conejos / Mario Levrero


                                                                         

     Deseo que conste que, sin deseo de polemizar, yo sostengo la vieja tesis de que la ballena es un pez e invoco en mi ayuda el testimonio del santo Jonás.

                                                                             H. M., Moby Dick
        XLIV

    Hay quienes se unen a nuestro equipo de caza no por interés en los conejos, sino en los pájaros. En efecto: quien ame el canto de los pájaros, encontrará en el bosque una tal variedad y una tal especial calidad en los cantos que quedará maravillado. Son estas personas las que más sufren cuando se enteran, tarde o temprano, de que hay poquísimos pájaros en este bosque, y los que hay casi no cantan o cantan mal o sin ganas; un canto opaco, sin brillo ni energía. Quienes cantan son las arañas, esa clase de arañas enormes y peligrosas que hacen sus nidos en las copas de los árboles y se valen de su canto para atraer víctimas. El amante del canto de los pájaros, hombre de sangre dulce, es la víctima favorita de estas arañas. 

 XLV  
  El bosque acicateado, profanado y devastado por generaciones y generaciones de guardabosques, se ha convertido hoy en una triste ciudad. Los conejos han pasado a residir en el inmundo sistema de alcantarillas, y el cazador se ha visto obligado a cambiar sus sistemas de caza, su indumentaria y su sentido del humor.

 

XLVI 
  Tardamos infinidad de veranos en descubrir que los conejos, en verano, emigran del bosque a la playa. Usan trajes de baño de vistosos colores, anteojos para el sol y sombrillas, y nos resulta prácticamente imposible distinguirlos de los otros turistas. Como, además, nosotros, la gente del castillo, no somos afectos a la playa, hemos finalmente decidido suspender la caza de conejos en el verano, y jugamos, en vez, a la lotería de cartones.


 XLVII 
  Esteban, el hijo menor de Laura, es el vivo retrato de su padre (el casi legendario conejo Archibaldo). Cuando viene de caza con nosotros es prácticamente imposible distinguirlo de los otros conejos, y es así como ha recibido, varias veces, peligrosas heridas. Ahora optamos por colocarle un par de cartones redondos, uno en el pecho y otro en la espalda. Estos cartones tienen dibujados varios círculos concéntricos de distintos colores, como los cartones que suelen utilizarse para la práctica del  tiro al blanco. De este modo confiamos en que la próxima vez no habremos de errar el tiro.


 XLVIII
   Las fatigosas marchas dominicales, al rayo del sol y con la carga de nuestro absurdo ropaje y nuestras armas, nos decidieron por fin a trasladar el bosque al interior del castillo. Lo hicimos en una tarde, ocupando a estos efectos todas las macetas y tachos que poseíamos. En poco tiempo el bosque se secó. Al principio quedamos disgustados y desconcertados, pero luego recuperamos nuestra alegría al descubrir que en el desierto que dejamos en lugar del bosque, los conejos eran mucho más visibles y es por lo tanto mucho más fácil cazarlos.


 XLIX 
  Si hay algo tal vez más apasionante que la caza de conejos, es la pesca. Aunque el ejercicio es menos violento, la espera no es por ello menos tensa. Y no hay emoción comparable a la de ver moverse de pronto la pequeña boya de corcho pintado de rojo, y sentir en a línea los nerviosos tirones, y recoger el hilo de nailon con el ril, comprobando en el otro extremo la resistencia del conejo que, desde el fondo del río, hacemos finalmente emerger con el paladar atravesado por el enorme anzuelo, la zanahoria de cebo casi intacta.



 L
  La mayor dificultad que se presenta, aun para el cazador más avezado, es poder distinguir a primera vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como las gallinas abundan más que los conejos, y en una proporción realmente alarmante, con demasiada frecuencia terminamos comiendo los detestables caldos de gallina seguidos de gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina, en lugar de los sabrosos conejos a la brasa que son nuestro deleite y nuestra razón de vivir.
El cazador se engaña casi siempre por la semejanza de los pelitos de las patas de unos y otras, de las orejitas sedosas y romas, y sobre todo por el colorido de las alas y ese tono apagado de los enormes colmillos de marfil. En cambio es muy fácil distinguirlos en el laboratorio: la reacción al papel tornasol muestra que la saliva de la gallina tiene un pH mucho más elevado que la saliva del conejo. Pero aunque muchos opinen lo contrario, un bosque no es lo mismo que un laboratorio, y seguimos comiendo gallina y acumulando rencor contra la vida.

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