domingo, 16 de marzo de 2014

La ciudad está impregnada de vacío..



Un coche me atropella los ojos con sus faros.
El conductor maldice porque no me ve bien en la oscuridad.

Los barrenderos están de servicio.

Barren las bombillas, barren las calles fuera de las ciudades,
barren el vivir de las viviendas,
me barren las ideas de la cabeza,
me barren de una pierna a otra, me barren los pasos al andar.

Los barrenderos me envían luego sus escobas, sus magras
escobas saltarinas. Los zapatos se me alejan taconeando.

Y camino detrás de mí, caigo fuera de mí, por sobre el borde
de mis pensamientos.

A mi lado ladra el parque. Las lechuzas se comen los besos
que han quedado en los bancos.

Las lechuzas ni me miran.

En la maleza se acurrucan los sueños cansados, hartos de trajinar.

Las escobas me barren la espalda porque me apoyo
demasiado contra la noche.

Los barrenderos hacen un montón con las estrellas, las barren
en sus palas y las vacían en el canal.

Un barrendero le dice a otro barrendero, que se lo dice a otro
y este luego a otro.
De pronto los barrenderos de todas las calles hablan a la vez.
Yo paso por entre sus gritos, por entre la espuma de sus voces,
me quiebro, me precipito al abismo de los significados.

Camino a grandes zancadas. Me quedo sin piernas al caminar.
El camino ha sido barrido.
Las escobas me caen encima.
Todo da un vuelco.
La ciudad va por el campo a la deriva, hacia algún punto.



h. m.



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