Hay una astilla de luz en la apariencia de la eternidad, hemos lamido, casi amándolas,
membranas invisibles, no hay más que invierno en las ramas inmóviles
y todos los signos están vacíos.
Estamos solos entre dos negaciones como huesos abandonados a los perros
que nunca llegarán.
Va a entrar el día en su habitación calcinada. Ha sido inútil la sutura negra.
Queda un placer: ardemos
en palabras incomprensibles.
a. g.
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