De Carpentier, más que los temas de sus historias o el rico vocabulario empleado, me ha interesado eso que en otra parte llamé “cronotopia de la intimidad” y que no es más que su especial manera de estar en el tiempo. Carpe(ntier) diem. El protagonismo de lo “ideal maravilloso”, es decir, del tiempo como posibilidad infinita para prefigurar acontecimientos y realidades, tiene relación directa con mi afán por hacer de la temporalidad una solución de estilo. Veo, concibo y ejercito el poema como cámara atemporalizante, como entidad descontinuada de la secuencialidad y saboteada por el espacio (y viceversa). Esto es, cronos y topos enfrentados, acérrimamente incompatibles. La ilusión cronológica acepta una lógica alternativa, una sistematicidad caracterizada a fondo por interrupciones. Reconfiguración, prefiguración fantasmática: ante el espejo de su experiencia, el tiempo se mira irreconocible. La persistencia de la duración carece de continuidad.
Por lo tanto, en Carpentier más que un referente (pues recién vine a leerlo después de publicados mis primeros poemas), encontré un cómplice de exploración, un compañero de viaje. En un pasaje fundamental de “Problemática del tiempo y el idioma en la moderna novela latinoamericana”, uno de sus mejores ensayos (me pareció bueno cuando lo leí por primera vez hace dos décadas y me sigue pareciendo muy bueno hoy, 2004, año del centenario), afirma Carpentier: “Puede decirse que en nuestra vida presente conviven las tres realidades temporales agustinianas: el tiempo pasado –tiempo de la memoria-, el tiempo presente –tiempo de la visión o de la intuición-, el tiempo futuro o tiempo de la espera. Y esto, en simultaneidad”. Quizá la dificultad que mi poesía genera en el lector deviene de este afán de simultaneidad temporal librada de narración y estímulos lineales complacientes de la razón y la lógica cartesiana (no las otras). Extrañamente, o no tan extrañamente, cuando concluí la escritura de La caza nupcial, mi nuevo libro que saldrá publicado en 2005, pensé y me dije: “Estoy seguro que le gustaría mucho a Carpentier”. Todavía estoy seguro que si. Sobre Carpentier hablamos bastante en París con Néstor Perlongher en el verano de 1990. Entre baguettes y cabernets coincidimos que la síntesis de aceleramiento y derroche que se da tanto en su poesía como en la mía, tiene una afinidad manifiesta con la obra del cubano, sobre todo también en la capacidad de absorción de percepciones y visualidades que puede redondearse con una frase de “Viaje a la semilla”, la siguiente: “El universo le entraba por todos los poros”. La poesía neobarroca, en caso de que la de Perlongher y la mía lo sean, incrusta su voz justamente en ese punto de inflexión y desdoblamiento, en esa intimidad irrepetible y sin pausas donde el tiempo cambia de velocidad para observar y dejarse observar. Tiempo reversible, pero además ignorable, acelerable, enlentecible y expandible (es decir, musical), corriendo hacia direcciones coexistentes, simultáneas y disimuladas. Tiempo que al liberarse de los objetivos previstos por la inmediatez deja de ser reversible y también invencible. Sucede, pero su duración es indecisa. Allí está el origen de la dificultad neobarroca, pero tambien el placer asociado a sus variados sortilegios y criterios de composición.
Eduardo Espina
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