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El árbol del mundo (árbol cósmico) constituye una imagen o símbolo del cosmos en su conjunto. Puede presentarse también en diversas variantes: árbol de la vida, del conocimiento, del destino, de los alimentos, de la fecundidad, chamánico, de las almas, de la ascensión, de la muerte, del cielo, etc. El árbol del mundo se alza en el centro de la tierra, allí por donde pasa el axis mundi, es la «variante más difundida del simbolismo del Centro» (Eliade 1988: 55). Sus raíces se hunden en el mundo ctónico mientras que su fronda se extiende en el cielo. Es por ello —y por crecer en el centro— que constituye la vía a través de la cual, como ya señalé, se comunican entre sí los tres niveles cósmicos. Según Mircea Eliade, el cosmos es imaginado como un árbol porque, al igual que éste, «se regenera periódicamente» (1972b: 293). Él es la «fuente inagotable de la vida cósmica, el depósito por excelencia de lo sagrado» (cf. Eliade 1972b: 257 y ss.; 1951: 246).
Tanto la iconografía como los textos verbales muestran que cada una de las tres partes del árbol está vinculada con especies zoológicas particulares (y, con menos frecuencia, con personajes mitológicos y/o dioses) que desempeñan el papel de clasificadores cosmológicos. La parte superior (ramas) está asociada a las aves (al águila, sobre todo), la parte central (tronco) a los herbívoros (y, a veces, a un personaje femenino, v. infra); y la parte inferior (raíces), a la serpiente y otros animales y seres ctónicos.
La connotación cósmica del árbol del mundo se pone de manifiesto también en su correlación con los cuatro puntos cardinales. A veces en los cuatro lados del esquema cosmológico horizontal aparecen otros cuatro árboles cósmicos subsidiarios (como los llamados «árboles de las direcciones» en Mesoamérica; cf. Callaway 1990: 206) o bien cuatro seres míticos que encarnan a los puntos cardinales (cf., en la mitología germano-escandinava, los cuatro enanos que sostienen la bóveda celeste; los cuatro Bacabes en la mitología maya; los cuatro lok~palas de la India, etc.). Esta correlación con las cuatro direcciones da nacimiento a esquemas cuatrimembres, presentes en diferentes representaciones, en los ritos y fórmulas rituales, y en una amplia variedad de construcciones cultuales orientadas hacia los puntos cardinales: pirámide, zigurat, stãpa, pagoda, y otros (cf. Toporov 1987a: 402).
Un ejemplo interesante de relación del árbol del mundo (o un alomorfo de éste) con el esquema horizontal cuatrimembre es proporcionado por los vèvè: los signos pintados en el suelo del vodú haitiano. Se trata de dibujos trazados sobre el suelo con polvo de ciertas sustancias en torno a un poste cultual, llamado poteau-mitan, el cual es un equivalente del árbol cósmico (cf. Thompson 1983: 190; también Deren 1953: 35-36 sobre el poteau-mitan como árbol estilizado). Según la hipótesis de Robert Farris Thompson, los vèvè surgen del encuentro de tradiciones de pintura ritual en el suelo de origen fÇn y kongo, que se reforzaron mutuamente en tierra haitiana, aunque la influencia dominante habría correspondido a la segunda cultura (Thompson 1983: 188). El vèvè consiste en un esquema en forma de cruz que es trazado en torno a un poste «ar-boriforme» («a treelike post», en palabras de Thompson) erigido en el centro del peristilo del templo. Cada uno de los cuatro brazos de la cruz está correlacionado con una deidad y con un punto cardinal.
Existe un estrecho vínculo entre el shamán y el árbol del mundo, pues éste es la vía mediante la cual el shamán se desplaza hacia las otras zonas cósmicas: el mundo de arriba y el de abajo. La idea del árbol como puente hacia otro nivel está en la base de prácticas rituales como colocar árboles sobre las tumbas. Entre las representaciones egipcias de Osiris aparece la tumba del dios junto a un árbol o el árbol brotando a través de la tumba con el alma de Osiris en forma de Fénix (VV.AA. 1987b: 397). El árbol de la vida se plantaba sobre las tumbas de la Creta minoica (Glotz 1956: 206). En el Tibet la higuera sagrada (Ficus religiosa) es considerada como el puente por el cual las almas de los justos pasan de la tierra al cielo (VV.AA. 1949: 872). En el Kongo existe la costumbre de plantar árboles en las tumbas: «Los árboles plantados sobre las tumbas también significan el espíritu; sus raíces literalmente viajan hacia el otro mundo. De ahí que los kongos de más edad planten árboles en las tumbas explicando: “Este árbol es un signo del espíritu en su viaje al otro mundo”» (Thompson 1983: 138-139). Una práctica similar ha sido observada también en Haití y los Estados Unidos (ibid.: 139).
El Árbol de la Vida constituye la variante más conocida del árbol cósmico. El árbol de vida es «el depósito mismo de la vida» (Eliade 1951: 246), el símbolo de la vida perenne y de sus poderes indestructibles. Encarnación del principio vital, el árbol de la vida aparece asociado a la esfera de la fecundidad, la abundancia, el alimento, la salud, la sucesión de las generaciones y los ancestros, la protección de los niños, la fertilidad femenina, la suerte, la longevidad y la inmortalidad. También se encuentra relacionado con el principio femenino-maternal —cf. su vínculo con las deidades del tipo de las «grandes diosas» (Eliade 1972b: 259 y ss.— y con las Aguas (fuente sagrada, río). El árbol puede crecer tanto en la tierra como en el cielo (y a veces también en el infierno).
Un ejemplo clásico de árbol del mundo y de la vida (en verdad, una de las descripciones más completas que se conocen) es el fresno Yggdrasil de la mitología germano-escandinava. Yggdrasil es el eje del universo, el árbol de la vida y el destino, eternamente verde. Es el mayor de todos los árboles y sus ramas cubren todo el mundo. Tiene tres raíces: una se extiende hasta el reino de los muertos, el Hel, debajo de la segunda se encuentran los gigantes de la escarcha y debajo de la tercera la tierra de los hombres. En su cima se posa un águila, mientras que sus raíces sirven de alimento al dragón Nidhogg. Una ardilla, Ratatosk, va y viene por el tronco del árbol, llevando las palabras del águila al dragón. Junto a una de sus raíces brota la fuente curativa de Urd (una de las tres Norns, las hilanderas del destino que viven en las raíces del árbol). En la India, la variante más importante del árbol del mundo es el AÑvattha, la higuera sagrada (Ficus religiosa.). En los Upanishads se describe al mundo como un árbol gigante cuyas raíces están en el cielo mientras que sus ramas se extienden sobre la tierra: «Éste es el eterno Arbol AÑvattha con su raíz arriba y sus ramas abajo. Esa raíz es llamada lo Brillante; él es el Brahman, y él solo es lo Inmortal. Todos los mundos están contenidos en él...» (Katha up. ii 3, 1). En el Chh~ndogya Upanis"ad (viii 5,3) se le describe como un árbol que crece en el tercer cielo cerca del lago Airam-madija y se afirma que de él brota el soma (bebida de la inmortalidad). El AÑvattha también es mencionado en el Rig Veda y el Atharvaveda (cf. Eliade 1972b: 250: Harva 1959: 59; Toporov 1987b: 143-144). En la tradición irania aparece el árbol del mundo Haoma, que se halla junto a la fuente de la vida Ardv§sãra. Según otra versión el árbol Hom-Haoma, árbol de la vida y de regeneración, crece en una isla del lago VorukaÓa, entre millares de plantas terapéuticas, y confiere la inmortalidad al que lo prueba (Eliade 1972b: 265-266; Harva 1959: 60). El árbol de vida Vispatokma (o, según otra versión, el árbol vispobiÓ, que ora sustituye, ora duplica al Haoma) contiene las semillas de todas las plantas (Harva 1959: 61; VV.AA. 1987b: 562). Entre los hititas, el árbol de la vida era llamado eja: «ante el dios Telepinus —leemos en un texto ritual— se alza el árbol de verdor perenne eja-, de él cuelga una piel (vellocino) de oveja (carnero), dentro de él hay también grasa de carnero (de oveja), dentro de él también está el grano (del dios) de los campos y hay vino, también están dentro de él un toro y una oveja (carnero), también están dentro de él los años (vida) largos y la descendencia» (VV.AA. 1988: 344). En la China arcaica se creía que en el centro del mundo, en el lugar donde debería estar la «capital perfecta», se levantaba el árbol Kien-mu («madero erguido»), que unía las Novenas Fuentes con los Nueve Cielos (i.e.: el mundo inferior con el superior). Los soberanos ascienden y descienden por el Kien-mu (Granet 1959: 224 y 239).
El folklore y la mitología de los pueblos altaicos proporciona documentos de gran interés para el estudio del mitologema del árbol cósmico/árbol de vida. Según una leyenda altaica, en el «ombligo de la tierra» crece el más alto de los árboles: un abeto gigantesco cuya cima llega hasta la morada del dios supremo. En otras leyendas, se dice que el árbol se alza en la cumbre de la montaña del centro. La frescura y el vigor son sus cualidades esenciales. Por lo regular se cree que se halla al borde de una fuente, un río o un gran lago (incluso en el agua). Para los ostiaks, el árbol crece junto a un mar que existe en medio del cielo. En las leyendas de los yakutos aparecen diversas descripciones del árbol del mundo: el árbol crece sobre una colina en el ombligo del mundo, «en el punto más tranquilo de la tierra», donde la luna no decrece y el sol no se pone, donde reina un eterno verano. Su resina es transparente y olorosa, la corteza nunca se seca, su savia brilla como la plata, las hojas jamás se pudren. La copa del árbol atraviesa las siete capas del cielo y en ella ata su caballo el dios supremo; las raíces se hunden en el mundo subterráneo. Según otra versión, el árbol se alza «en el ombligo amarillo de la tierra octogonal». De la copa del árbol se expande un líquido divino: cuando los caminantes beben de él,
desaparece su hambre y su fatiga. El paraje donde se halla este árbol es una especie de paraíso donde vive el primer hombre (cf. los motivos del árbol de la vida, el paraíso y el primer hombre en el libro del Génesis) (Harva 1959: 53 y ss.).
Los selkup (samoyedos) creían en la existencia del «árbol del cielo con brotes» (el árbol cósmico) que crecía en el nacimiento del río del mundo y que era la escalera que unía a los tres niveles cósmicos. Tiene siete ramas en el lado derecho, solar, y siete en el lado izquierdo, lunar. En las ramas superiores se posan los cuclillos, aves sagradas protectoras de los nacimientos; en las siete raíces viven otras tantas serpientes, que guardan el camino hacia el mundo de abajo. En un hueco del árbol están guardadas las almas de las personas que aún no han nacido (Jelimski 1988: 399). Este mismo motivo del «árbol de las almas» se encuentra también en otros pueblos siberianos. Por ej., los golds creen que las almas de los hombres nacen en un gran árbol celeste de donde descienden a la tierra en forma de pajarillos. Las almas que habrán de reencarnar habitan en el árbol de la vida de los tunguses, y su distribución está a cargo de un espíritu femenino. Los dolganes afirman que las almas de los difuntos son conducidas por el shamán a un árbol celeste maravilloso, en cuyas ramas moran los hijos del dios supremo y su esposa (Harva 1959: 61; VV.AA. 1982: 257). En el folklore eslavo aparece la imagen del Vyrii, el árbol cósmico del paraíso, en cuyas ramas superiores vivían pájaros y los espíritus de los muertos (Ivanov y Toporov 1988: 451). Según una leyenda apócrifa rusa del siglo xvii, en el centro del paraíso crece un fragante Árbol de vida, cuya cima llega al cielo, y junto al cual nacen doce fuentes de leche y miel y que contiene las hojas y los frutos de todas las especies de árboles (Harva 1959: 61; el autor lo compara con el citado árbol Vispatokma).
Rinaldo.
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