viernes, 16 de agosto de 2013

L



         La mayor dificultad que se presenta, aun para el cazador más avezado, es poder distinguir a primera vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como las gallinas abundan más que los conejos, y en una proporción realmente alarmante, con demasiada frecuencia terminamos comiendo los detestables caldos de gallina seguidos de gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina, en lugar de los sabrosos conejos a la brasa que son nuestro deleite y nuestra razón de vivir.


El cazador se engaña casi siempre por la semejanza de los pelitos de las patas de unos y otras, de las orejitas sedosas y romas, y sobre todo por el colorido de las alas y ese tono apagado de los enormes colmillos de marfil. En cambio es muy fácil distinguirlos en el laboratorio: la reacción al papel tornasol muestra que la saliva de la gallina tiene un pH mucho más elevado que la saliva del conejo. Pero aunque muchos opinen lo contrario, un bosque no es lo mismo que un laboratorio, y seguimos comiendo gallina y acumulando rencor contra la vida.



Levrero & Millen


No hay comentarios:

Publicar un comentario