La mayor dificultad
que se presenta, aun para el cazador más avezado, es poder distinguir a primera
vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como las gallinas abundan
más que los conejos, y en una proporción realmente alarmante, con demasiada
frecuencia terminamos comiendo los detestables caldos de gallina seguidos de
gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina, en lugar de los
sabrosos conejos a la brasa que son nuestro deleite y nuestra razón de vivir.
El
cazador se engaña casi siempre por la semejanza de los pelitos de las patas de
unos y otras, de las orejitas sedosas y romas, y sobre todo por el colorido de
las alas y ese tono apagado de los enormes colmillos de marfil. En cambio es
muy fácil distinguirlos en el laboratorio: la reacción al papel tornasol
muestra que la saliva de la gallina tiene un pH mucho más elevado que la saliva
del conejo. Pero aunque muchos opinen lo contrario, un bosque no es lo mismo
que un laboratorio, y seguimos comiendo gallina y acumulando rencor contra la
vida.
Levrero & Millen
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