Los muertos regresaron de Jerusalén, donde no encontraron lo que buscaban. Pidieron que se les permitiera verme y exigieron que yo les enseñara, y así les enseñé:
Oídme: comienzo con la Nada. La Nada es lo mismo que la plenitud. En el eterno estado, la plenitud es lo mismo que la vacuidad. La Nada está vacía y llena. Se pueden expresar también algunas otras cosas acerca de la Nada, a saber: que es blanca o negra o que existe o que no existe. Aquello que es infinito y eterno no tiene cualidades puesto que las tiene todas.
Nosotros llamamos a la Nada, o plenitud, el Pleroma. En Él cesan el pensamiento y el ser, pues lo eterno no tiene cualidades. En él no hay nadie, pues si lo hubiera, estaría diferenciado del Pleroma y poseería cualidades que lo distinguirían del Pleroma.
En el Pleroma no hay nada, y está todo: no es provechoso pensar en el Pleroma, pues hacerlo supondría nuestra disolución.
El mundo creado no está en el Pleroma, sino en sí mismo. El Pleroma es el principio y el fin del mundo creado. El Pleroma penetra el mundo creado como la luz del sol penetra el aire en todas partes. Aunque el Pleroma lo penetra por completo, el mundo creado no tiene parte de él, como un cuerpo totalmente transparente no se vuelve oscuro o claro como resultado del paso de la luz a través de él. Nosotros mismos, sin embargo, somos el Pleroma, por lo tanto, el Pleroma está presente dentro de nosotros. Aún en el punto más pequeño, el Pleroma está presente sin ataduras, eterna y completamente, pues pequeñas y grandes son las cualidades ajenas al Pleroma. El Pleroma es la Nada que en todas partes está completa y es infinita. A causa de ello hablo del mundo creado como una porción del Pleroma, pero sólo en un sentido alegórico, pues el Pleroma no está dividido en porciones, puesto que es la Nada. Nosotros también somos el Pleroma total; pues figurativamente el Pleroma es un punto dentro de nosotros excesivamente pequeño, hipotético, incluso no existente, y también es el firmamento infinito del cosmos a nuestro alrededor. Sin embargo, ¿por qué hablamos acerca del Pleroma, si es el todo y también la nada?
Hablo de él, para empezar por alguna parte, y también para haceros perder la ilusión de que en alguna parte dentro o fuera, hay algo absolutamente firme y definido Todas las cosas llamadas definidas y sólidas son sólo relativas, pues únicamente aquello que está sujeto a cambios parece definido y sólido.
El mundo creado está sujeto a cambios. Es lo denso sólido y definido, puesto que tiene cualidades De hecho, el mundo creado no es más que una cualidad.
Hacemos la pregunta: ¿Cómo se originó la creación? Las criaturas sin duda se originaron, pero no el mundo creado mismo, puesto que es una cualidad del Pleroma, de la misma manera que lo no creado; la muerte eterna también es una característica del Pleroma. La creación está siempre y en todas partes, y la muerte está siempre y en todas partes. El Pleroma lo posee todo: la diferenciación y la no diferenciación.
La diferenciación es creación. El mundo creado sin duda está diferenciado. La diferenciación es la esencia del mundo creado, y por esta razón lo creado también causa más diferenciación. Esta es la causa por la cual el hombre mismo es un divisor, pues su esencia es también diferenciación. Por esto distingue las cualidades del Pleroma, las que no existen.
El hombre crea estas divisiones de su propio Ser. Ésta es la razón por la que el hombre habla de las cualidades del Pleroma que no existen. Vosotros me diréis: ¿de qué sirve hablar de esto, si se ha dicho que es inútil pensar en el Pleroma?
Os digo estas cosas para liberaros de la ilusión de que es posible pensar en el Pleroma. Cuando hablamos de las divisiones del Pleroma, estamos hablando desde la posición de nuestras propias divisiones, y hablamos de nuestro propio estado diferenciado; pero mientras lo hacemos, en realidad no hemos dicho nada acerca del Pleroma Sin embargo, es necesario que hablemos de nuestra propia diferenciación, pues ello nos permite discriminar suficientemente. Nuestra esencia es la diferenciación. Por ello, debemos distinguir las cualidades individuales.
Vosotros diréis: qué daño causa el no discriminar, pues entonces llegamos más allá de los límites de nuestro propio ser; nos extendemos más allá del mundo creado y caemos en el estado no diferenciado que es otra cualidad del Pleroma. Nos sumergimos en el Pleroma mismo y dejamos de ser seres creados. Así, estamos sujetos a la disolución y la nada.
Esta es la mismísima muerte del ser creado. Morimos hasta el punto en que no logramos discriminar. Por esta razón el impulso natural del ser creado está dirigido hacia la diferenciación y hacia la lucha contra el antiguo y, pernicioso estado de igualdad. La tendencia natural se llama Principium Individuationis (Principio de Individuación). Este principio, en efecto, es la esencia de todo ser creado. En estas cosas podéis reconocer sin dificultad por qué el principio no diferenciado y la falta de discriminación son un gran peligro para los seres creados. Por ello, debemos ser capaces de distinguir las cualidades del Pleroma. Estas cualidades son los pares de opuestos, tales como;
Lo efectivo y lo no efectivo, la plenitud y la vacuidad,
lo vivo y lo muerto,
lo diferencia y la igualdad la luz y la sombra, lo caliente y lo frío,
la energía y la materia, el tiempo y el espacio, lo bueno y lo malo ,
lo bello y lo feo, la unidad y la multitud..
& así sucesivamente..
Los pares de opuestos son las cualidades del Pleroma; en realidad, también son inexistentes pues se eliminan mutuamente.
Como nosotros mismos somos El Pleroma, también tenemos estas cualidades presentes dentro de nosotros; ya que la base de nuestro ser es la diferenciación, poseemos estas cualidades en nombre y bajo el signo de la diferenciación, lo cual significa:
Primero: que las cualidades dentro de nosotros están diferenciadas unas de otras y, por lo tanto, no se eliminan mutuamente, sino irás bien están en acción. Así es como somos las víctimas de los pares de opuestos. Pues en nosotros el Pleroma está dividido en dos.
Segundo: las cualidades pertenecen al Pleroma, y podemos y debemos participar de ellas sólo en nombre y bajo el signo de la diferenciación. Debemos separarnos de estas cualidades. En el Pleroma se eliminan mutuamente; en nosotros, no lo hacen. Pero si sabemos cómo conocernos como seres aparte de los pares de opuestos, entonces, hemos alcanzado la salvación.
Cuando luchamos por lo bueno y lo bello, nos olvidamos de nuestro ser esencial, que es la diferenciación, y somos víctimas de las cualidades del Pleroma, que son los pares de opuestos. Luchamos para alcanzar lo bueno y lo bello, pero al mismo tiempo también alcanzamos lo malo y lo feo, pues en el Pleroma son idénticos a lo bueno y lo bello. Sin embargo, si nos mantenemos fieles a nuestra naturaleza, que es la diferenciación, entonces nos diferenciamos de lo bueno y lo bello y así, inmediatamente, nos diferenciamos también de lo malo y lo feo. Esta es la única manera de no fusionamos con el Pleroma, es decir, con la nada y la disolución.
Objetaréis y me diréis: has dicho que la diferenciación y la igualdad también son cualidades del Pleroma. ¿Cómo es, entonces, cuando luchamos por la diferenciación? ¿Acaso no somos fieles a nuestra naturaleza y debemos, finalmente, también estar en el estado de igualdad, mientras luchamos por la diferenciación?
Lo que nunca deberíais olvidar es que el Pleroma no tiene cualidades. Nosotros somos quienes las creamos por medio de nuestro pensamiento. Cuando lucháis por la diferenciación o la igualdad o por otras cualidades, lucháis por pensamientos que fluyen hacia vosotros desde el Pleroma, es decir, pensamientos acerca de las cualidades inexistentes del Pleroma. Mientras corréis detrás de estos pensamientos, caéis de nuevo dentro del Pleroma y llegáis a la diferenciación y a la igualdad al mismo tiempo.
Vuestro ser y no vuestro pensamiento es la diferenciación. Es por ello que no deberíais luchar por la diferenciación y la discriminación tal como las conocéis, sino luchar por vuestra verdadera naturaleza. Si en realidad lucharais, no necesitaríais saber nada acerca del Pleroma y sus cualidades, y aun así, llegaríais al verdadero objetivo gracias a vuestra naturaleza. Sin embargo, en vista de que el pensamiento nos aleja de nuestra propia naturaleza. Debo enseñaros el conocimiento con el cual podréis mantener vuestro pensamiento bajo control.
Carl Gustav Jung
Léon Bonvin
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