Silenciosos, sin fe, no brilla el llanto
De aquellos hombres en los ojos secos.
Crujen sus dientes, fúnebres canciones
Ante el telar sentados van diciendo:
«Vieja Alemania, tu sudario helado
Ya tejen en la sombra nuestros dedos,
Y en el tejido vil, los labios mezclan
De maldición y cólera los ecos.
¡Tejemos! ¡Tejemos!
Maldito sea el dios de los dichosos,
Al que elevamos míseros acentos,
Del hambre horrible en los eternos días
Y en las heladas noches del invierno:
En vano en su piedad la fe pusimos;
Él nos vendió, burlados: pobres necios!
¡Tejemos! ¡Tejemos!
Maldito sea el rey, el rey del rico,
Al cual en vano, de amargura llenos,
Misericordia y compasión pedimos:
De nuestra bolsa ruin el postrer sueldo
Él arrancó con avidez, y ahora
Ametrallarnos hace como a perros.
¡Tejemos! ¡Tejemos!
Maldita nuestra patria también sea,
Nuestra patria alemana, donde el cielo
Cubre tan sólo oprobio, mal e infamias,
Donde, al abrir sus pétalos al viento,
Se marchita la flor, y sólo viven
La laceria, el engaño, el vilipendio.
¡Tejemos! ¡Tejemos!
La lanzadera vuela, el telar cruje;
Días y noches sin cesar tejemos.
Vieja Alemania, tu sudario helado
Ya tejen en la sombra nuestros dedos,
Y mezclan nuestros labios al tejido,
De maldición y cólera los ecos.
¡Tejemos! ¡Tejemos!»
Heinrich Heine
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