jueves, 23 de enero de 2014

Los viejos tontos..



¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,
que los ha dejado así?  ¿Acaso supondrán
que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea
y se anda uno meando solo y no se puede recordar
quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran,
podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera, o
iban a sus bodas, o tiraban las manos algún septiembre?
¿O se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
o sentados a través de días de fina y continua ensoñación
mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
                                                                                        ¿Por qué no lloran?

Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras
Comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
Y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
Antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa
de hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí.
La próxima vez no puede fingir
que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
No saber cómo, no escuchar quién, el poder
de elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
Pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
                                                                         ¿Cómo pueden ignorarlo?

Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas
dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,

Depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,
extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
el aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
en el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
después de la lluvia. Allí es donde viven:
No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
                                                                           Por eso es que tienen

Un aire de confusa ausencia, intentando estar allí
aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
y ellos inclinándose ante el monte de la extinción, los viejos tontos, no percibiendo nunca
Cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
                                                                       Y cómo terminará. ¿No por la noche?

¿Ni cuando llegan extraños?
¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia?
                                                           Pues bien, ya lo averiguaremos.


Philip Larkin

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