¡Hace mucho que hemos olvidado el escuchar!
Si Él -en otro tiempo- nos hubiera plantado
plantado como hierba de dunas,
en el mar eterno,
creceríamos en pasturas tupidas,
como la lechuga crece en el huerto.
Aunque tengamos asuntos
que nos lleven más allá
de su luz,
aunque bebamos el agua de cañerías
que se acerque muriendo
a nuestra boca, eternamente sedienta,
aunque caminemos por una calle
bajo la cual la tierra ha sido llevada al silencio
por un empedrado...
no debemos vender nuestro oído,
oh, nuestro oído no debemos vender.
También en el mercado,
en el cálculo del polvo,
más de uno da -rápidamente- un salto
sobre la cuerda de la nostalgia;
porque él escuchó algo,
dio el salto fuera del polvo
y sació su oído.
Apretad; oh, apretad -en el día de la
destrucción-
a la tierra el oído que escucha,
y escucharéis, a través del sueño
escucharéis
cómo en la muerte
empieza la vida.
*Isaías: Y puso mi boca como espada aguda,
me cubrió con la sombra de su mano;
y me puso por saeta bruñida,
me guardó en su aljaba.
n. s.
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