Esos hermosos días
en que la ciudad parece un dado, un abanico y un canto de pájaro
o la concha de un molusco en la orilla
- adiós, adiós, bellas muchachas,
nos hemos visto hoy
y nunca más nos volveremos a ver.
Los hermosos domingos
en que la ciudad parece fútbol, una tarjeta y una ocarina
o una alegre campana
- en la calle soleada
las sombras de los que pasan se besan
y la gente se aleja, totalmente extranjera.
Esas hermosas tardes
en que la ciudad parece una rosa, un ajedrez, un violín
o una muchacha que llora
- jugábamos al dominó,
dominó de puntos negros con las delgadas chicas de la barra,
mirándoles las rodillas,
que estaban demacradas
como dos calaveras con la corona de seda de sus ligas
en el reino desesperado del amor.
Jaroslav Seifert
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