domingo, 24 de agosto de 2014

Veo, veo, ¿Qué ves?


(Veo vulvas)           
Veo vulvas, de las que andan por ahí sin saber lo que dicen.
Vulvas de las que nadie ha visto, porque había una persona 
en medio, porque ese día estaba lloviendo, porque la madre 
estaba dormida mientras la duración tenia repercusiones, mi 
mano entre tanto, con su piraña en las uñas añadía algo débil 
como un goteo espeso con el cual alguno hizo dulce de leche. 
Veo vulvas afeitadas, de las que no tienen pelos en mi lengua, 
afeitadas para no sentirse solas hasta la saciedad del sinónimo 
por no saber bien qué significa estar atareadas como pie plano. 
Hay vulvas a las que nunca les dan una mano y son mancas en 
el placer, hacen lo que les da la gana, todo a regañadientes, las 
mismas que dejan caer en saco roto los pelos de algún orgullo. 
Veo vulvas de julias, de sarahs y susis, hasta de una tartamuda 
en otro idioma. Veo la vulva de Adriana. Una vez vi una gran 
vulva detrás de una ventana abierta: miraba como si lo supiera. 
No sé porqué, pero veo vulvas de silvias y son muchas silvias, 
una de ellas, con una vulva que volvió una noche, y yo estaba. 
Vulvas valientes y cobardes, vulvas incapaces de hacerle mal 
a nadie, ninguna nacida en Pennsylvania (una lástima), vulvas 
con óvulos y overol, algunas con olor violento, una con aroma 
a emanación mortal tal como la mamá la había traído a la vida. 
Otra vez vi la vulva de una madre que no era la mía, la vi y vi 
vulvas de susis y sallys, de alicias y soledades, de anicetas sin 
haber sabido quién les puso ese nombre, vulvas algo lóbregas, 
veo vulvas hasta cuando duermo, rezo y respiro, cuando como, 
cuando (también ahí veo) me pica la nariz o hablo por teléfono 
a un número equivocado, las veo cuando tengo ganas y cuando 
no porque no solo de vulvas vive el hombre, pero igual las veo 
cuando llueve, cuando recién paró, cuando una mujer parió un 
niño que no es mío, y si es una niña también veo la vulva suya, 
cuando alguien me pide una dirección para llegar a su casa y no 
sé dónde quedará esa calle, veo vulvas hasta cuando nos las veo. 
De cármenes, de maites, de luisas, de elisas (veo la de Elisa vida 
mía y me dan ganas de llorar de la nostalgia), de irenes y a la de 
sully la imagino ajena dando ahora vueltas por algún dormitorio. 
Vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulv… las veo ¡ahí van! 
y con ellas, aquella que una vez tuvo frío, vulvas que no saben 
hablar en voz baja y por eso nunca las invitan a ningún velorio. 
He visto vulvas en coma esperando el punto final de su clítoris, 
he visto otras que venían a ser parte de la tradición, pero ahora, 
veo vulvas pobres y ricas, nómadas y anónimas, largas y cortas, 
negras y blancas, y a tantas vulvas obesas cuyo tamaño varía lo 
mismo en invierno como en verano, aunque habrá que verlas en 
primavera, rodeadas de geranios y golondrinas, vulvas aladas y 
perfumadas, volarían así a una definición diferente apenas una 
fe las acompañe al año donde nacieron con una forma de alma 
imitada por la cual la belleza hubiera pagado hasta una fortuna. 
Vulvas con su traca traca, cargando un semen apuñalado por la 
espalda, castigo les deberían dar por andar cargando lo que no 
es suyo, un gajo de chiquetazos, cómo ha de ser posible, ni que 
fueran traileras transportando oro en su cóncavo semirremolque. 
Con vulvas así, no se puede, porque ponen en duda el camino a 
Sodoma amagando con amar al primer postor de su desparramo. 
Vulvas que al llegar a los veinte les cantaron las cuarenta, pues, 
pasado el tiempo, todas las vulvas terminan siendo la misma, ni 
una se salva, todas hacen camino al andar tan llenas de moscas, 
de no me acuerdo bien qué pasó en el pecado la noche anterior. 
Sudando en contra de la infelicidad salen al soleado universo a 
vivir con esa estética hasta que pueden y dicen colorín colorado 
esta historia ha terminado, arrepentidas de no saber lo que pasó. 
Vulvas de las que nadie nunca ha visto, invisibles hasta que las 
manos las hacen nacer al instinto en cada instante tan saludable. 
Vulvas con gusto a ceviche, alegres pero con un olor agrio (tal 
vez en su vida pasada pasaron días en algún yogurt), de las que 
fueron atrapadas in fraganti haciendo estragos en la entrada del 
tren fantasma, en su Parque Rodó uruguayo ¡tan lleno de ellas! 
mientras llegan como bueyes cargadas de ayes huidos del ayer. 
Hay quienes dicen que las vulvas son buenas, hay alguien que 
su vulva cambiaría por una nueva aunque viniera de muy lejos. 
En alguna parte habría que hacerle a la vulva una estatua, a esa 
usada en nombre de todas las otras, vivas y muertas aquí y allá. 
Sudor, ozono pino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal, 
aura de la fotogenia y hasta estertores cumpliendo el papel del 
mal tilingo al quitarse de encima cuchiflates y guarrindonguis 
alaban la pelambre que la bordea para cumplir el papel de los 
días acuartelados vistos desde muy cerca, olfateando culta la 
circularidad de una verdad que si no fuera tan mal vista, bien 
podría servir como ablación en la corazonada de tenerla todo 
el tiempo cerca hasta que algo agobiada viniera a los minutos. 
La vulva esa escribe en su libreta de apuntes algo que todavía 
nadie sabe: “Las dificultades de mis tartamudeos tuvieron que 
ver con la tendencia que tenían los personajes antes de venir a 
mí”, pudiendo ser el personaje cualquiera que quisiera estar de 
acuerdo con la visita al tarambana cuando salió al raje, porque 
según una leyenda, el pabellón de baños del cuartel entraba en 
actividad al mismo tiempo que de aquí en más la blanda vulva 
se ponía facilonga, haciéndose la que no sabía nada pero sabía. 
La vulva que le había hecho un chantaje al Viejo Vizcacha, la
misma que por pura casualidad descubrimos donde no las hay 
hacía su aparición bajo las fibras del biguá y de la arboladura, 
había cumplido con un plan abotonado, nadaba en la leche del 
mar cuando valía la pena hacerlo por eso que todas las vulvas 
hacen, salir a las superficies para respirar, o para que las vean. 
Salgo al mundo y veo vulvas. Han venido a darme unas ideas. 

   e. e.


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